2 de enero de 2024.

¿Sabían que la teoría libertaria de los mercados libres se basa sobre presupuestos falsos?

La teoría económica libertaria se basa en un andamiaje filosófico muy concreto y particular. De modo simple: que existe un ente sádico, el Estado, que se encarga de oprimir la libertad de las personas y (sobre todo) la libertad de las empresas, entendidas como la forma en la cual las personas se organizan para desarrollar su vida económica.

Bajo este postulado, hay que achicar el Estado a su mínima expresión posible (de hecho Milei se define como anarquista-capitalista) y eso permitirá a las fuerzas productivas del sector privado desarrollarse de una manera más provechosa. Es decir, allá donde exista una necesidad, habrá una empresa preparada para invertir y garantizar la existencia de ese bien o servicio, de mejor calidad y al mejor precio. ¡No uno, muchos! ¿Cuántos? Hasta que el mercado se sature de oferentes y comience a bajar el precio y se reduzca la rentabilidad. Todos los bienes y servicios que la sociedad demanda estarían garantizados solamente si el Estado no hace nada. Cada vez que haga algo, empeorará la forma en que los recursos de la economía de los agentes privados se asignan a las diferentes ramas de la economía.

Es hermoso para un libro de cuentos o para una serie de ficción. La teoría económica libertaria se basa en un andamiaje filosófico muy concreto y particular. De modo simple: que existe un ente sádico, el Estado, que se encarga de oprimir la libertad de las personas y (sobre todo) la libertad de las empresas, entendidas como la forma en la cual las personas se organizan para desarrollar su vida económica. En todos los países del mundo desarrollado, del mundo libre y occidental, como a ellos les gusta decir, existe un Estado que regula, promueve, prohíbe (sí, prohíbe) e invierte. Pero si tenemos que imaginar algo, podemos pensar en esas series distópicas de Netflix. Como dijimos, existen falsos presupuestos que tiran por la borda todo el andamiaje teórico.

La afirmación de Milei de que el cambio climático no existe, no es neutral ni ingenua. Esa idea pivota sobre la base de que si el Estado restringe la posibilidad de contaminar el aire o el agua provoca que los procesos productivos sean más caros y, por tanto, los empresarios ganen menos. Parece una obviedad, con la que todos deberíamos estar de acuerdo: debe haber un órgano, el Estado, que proteja nuestra casa común, aunque eso implique que algunas empresas ganen un poco menos. En el mundo de los liberales libertarios, el Estado tampoco debería meterse allí. Libertad para contaminar la casa común.

Por otro lado, existen determinados mercados que, por su capacidad tecnológica o por el nivel de inversión que implica, no permiten la posibilidad de que se generen espacios competitivos. Por ejemplo: por más que se libere la posibilidad de brindar televisión satelital o internet de alta velocidad, irremediablemente la provisión de estos servicios quedarán en manos de unas pocas empresas. Si el Estado no interviene en estos mercados, resulta esperable que estas empresas acuerden de manera oligopólica los precios para brindar el servicio en cuestión.

La cosa se pone más sensible aún cuando nos referimos a servicios y bienes de consumo, que también se encuentran concentrados, como el caso de la energía, el combustible, o los alimentos. Dichos mercados, también se encuentran en manos de un puñado de empresas con capacidad de imponer precios. Para eso, los libertarios proponen dos recetas. Por un lado, sugieren que la libertad económica permitirá que más agentes se vuelquen a producir esos bienes, cosa que no sucede en la realidad si dicha competencia no es activamente promovida desde el Estado, ya que tienen barreras de entradas que impiden que dicho proceso ocurra de manera natural. Y, por otro lado, de manera más perversa, mediante el sistema de precios. Es decir: la leche, por ejemplo, será tan cara en algún momento, que la gente dejará de consumirla e irremediablemente la deberán bajar.

La regulación estatal es totalmente necesaria, incluso para promover la competencia, pero sobre todo para proteger a los más débiles, que, en el caso de los capitalismos de los países periféricos, son los consumidores de bienes y servicios básicos: los trabajadores formales e informales. Claro que dicha intervención debe ser eficiente, transparente, sin peajes ilegales y en pos de un proyecto de desarrollo.

La falta de regulaciones siempre favorece al más fuerte. En el caso del capitalismo, existen empresas que arrastran un poder de mercado tal, que, de no mediar intervención estatal, monopolizan e imponen los precios. Eso no fue un proceso meritocrático, porque en la mayor parte se trata de empresarios que hicieron sus fortunas de la mano del Estado. En el caso de la familia Macri, por ejemplo, fue de la mano de la dictadura militar y del menemismo. Una vez posicionados como los jugadores más grandes, exigen libertad de competencia. Muy conveniente.

En el extremo, imaginemos una sociedad que fuera una selva en la que los más fuertes puedan matar a los más débiles. Es esperable que los más fuertes deseen que el estado de las cosas no se modifique y de esa manera podrían imponer su voluntad. En tal situación, es esperable, y deseable, que se establezcan pautas que permitan una convivencia armoniosa, aunque a algunos de los fuertes no les guste y exijan poder hacer según su voluntad, y acusen de tirano al Estado que intenta poner reglas. La particularidad de esta época, es que llegamos a tal punto que, siguiendo el ejemplo anterior, los débiles votan libertad de acción en contra de su propio interés. Hay que trabajar mucho. En eso estamos. 

Como venimos desarrollando en estas líneas, antes de volver a discutir procesos electorales o fórmulas mágicas hay que volver a debatir los fundamentos básicos sobre los cuales se fundan los conceptos de sociedad, mercado y Estado.