El Gobierno de Milei hace de la pedagogía de la crueldad una práctica de gobierno. O aún más, una forma de acumulación política. En los últimos años, y antes también, vimos otros gobiernos con escasa sensibilidad, con ajustes feroces y políticas represivas. Lo que es novedad, sacando las experiencias de las dictaduras militares, que directamente hablaron de “enemigos internos”, es que este gobierno, y muchos otros que surgen alrededor del mundo, hacen de la crueldad, el odio y el desprecio una forma de construcción y acumulación política.
Estas prácticas lingüísticas y políticas encuentran eco en una sociedad que, muy de a poco, muy por lo bajo, a veces de manera más sutil, otras de forma más explícita, comenzó a experimentar, en los últimos 30 años, un fenómeno de micro violencias en la vida cotidiana. Estas microviolencias, podemos decir, encuentran correlato material en el fracaso de los estados de bienestar en dar respuestas a las necesidades concretas de las mayorías. Este proceso se vio potenciado por el consenso neoliberal de los años 90 en muchos lugares del mundo, pero sobre todo en Latinoamérica. Ya no hablamos de personas de bajos ingresos, o de personas que no cumplen como quisieran los deseos de consumo que la sociedad le exige, sino de grandes grupos de pobreza cristalizada. Mayorías condenadas, no solo ya a bajos ingresos, sino a la miseria. O como dicen los que no quieren cambiar nada: a la pobreza estructural.
Sobre esa pobreza estructural es que se monta una lucha entre pobres, fomentada por los ricos.
Es que, siempre volviendo a Gramsci, cuando el viejo mundo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer, surge un intersticio, propicio para los monstruos. La sociedad de la modernidad, la del desarrollo industrial, la de los derechos e instituciones universales, la del capitalismo enfocado a la producción, murió, lamentablemente. El nuevo mundo, mucho más dinámico, mucho más inestable, mucho más individual, mucho más líquido, dijo alguno, se impuso. En ese nuevo mundo naciente, es donde la pedagogía de la crueldad se impone.
Mayorías condenadas, no solo ya a bajos ingresos, sino a la miseria.
Decíamos, los diferentes gobiernos que buscaron redistribuir el fruto del desarrollo tecnológico y de los recursos naturales, no lograron hacerlo. O lo hicieron a medias. Se quedaron en buenas intenciones, o fueron absorbidos por sus propias limitaciones.
Decíamos, al principio, gobierno de facciones. En la política tradicional, se estilaba -por convicción o por conveniencia- decir que se gobernaba o se intentaba gobernar para todos y todas. Hoy, Milei, abiertamente, dice gobernar para una facción. Es un gobierno faccioso, abiertamente. De la “gente de bien” en términos morales, de las “fuerzas del cielo” cuando se sumerge en el delirio místico.
La pregunta es ¿Qué queda para quienes no comulgan con las fuerzas del cielo? Puede parecer algo radical, pero la destrucción. A contrapelo del republicanismo que, a veces, disimulan. Para aquellos que no comulgan con las fuerzas del cielo: la destrucción. Milei no solamente es un presidente faccioso que insulta a una parte de la sociedad que le toca gobernar, sino que participa de la construcción política de otras experiencias facciosas. Tal es el caso del suceso en España, con Vox, insultando a las autoridades oficiales. Porque, claro está, tampoco fue una visita oficial, ni la visita de una figura institucional a un acto político. Forma parte de la construcción de un esquema de facciones a nivel mundial, que no busca legítimamente construir hegemonía política, lo cual sería válido. Si no que busca encarnar una batalla, cada vez más directa y cruda, con -aunque todavía no todos la vean- la mayoría.
Para aquellos que no comulgan con las fuerzas del cielo: la destrucción
Es por todo esto que debemos tomarnos en serio a Milei. Realmente estamos en presencia de un grupo de trasnochados que se creen superiores al resto de la humanidad. Una suerte de autoproclamados “iluminados”. Sucede lo de siempre. El enemigo, es decir, allí donde ven una amenaza y atacan, se va expandiendo. Los límites se van haciendo permeables. Primero fue la casta. Los políticos tradicionales -aunque viendo las figuras que rodean al gobierno parece un oxímoron-. Después fueron los zurdos en general. Con la particularidad de que en esa laxa categoría entran prácticamente todos. Desde Horacio Rodríguez Larreta hasta Myriam Bregman. Es decir, casi todos. Y después, literalmente todos. Los jubilados que se jubilaron sin aportes porque sus patrones los negrearon toda la vida, los trabajadores de los medios de comunicación, los empleados públicos, los sindicatos, los dirigentes universitarios, los periodistas ensobrados y los artistas que hablan de política. Es decir, prácticamente, todos.
Es muy importante, por lo dicho, comprender que a este tipo de fenómenos se los combate. En todos los terrenos donde haya que combatirlos. En las urnas, en los espacios parlamentarios, en la calle, y sobre todo, en la chiquita. En la de todos los días. En lo que ahora le llaman algunos micro militancia, que no es otra cosa que militancia. La que hicimos siempre, la de discutir con el de al lado. En la fila de la panadería, en el club, con el compañero de equipo, el compañero de trabajo, en la mesa de la familia.
Es muy importante, por lo dicho, comprender que a este tipo de fenómenos se los combate. En todos los terrenos donde haya que combatirlos.
Creo fervientemente qué montados sobre frustraciones políticas, imposibilidades materiales de transformar, falta de voluntad política de muchos dirigentes y frustración de muchos militantes, hemos abandonado discusiones cotidianas y sobre ese retroceso fue ganando lugar un discurso único: el de la pedagogía de la crueldad. La pedagogía del presidente que te echa y lo disfruta. No sólo lo disfruta, sino que lo disfruta públicamente. Que insulta periodistas, dirigentes y ciudadanos. Que encuentra eco en un grupo de rastreros del estilo de Majul, Feinmann, Florencia Arrietto o Daniel Scioli. Los que en su conjunto, paradójicamente, conforman una casta de manual.
Es por eso que, ante este panorama, es sumamente necesario, como venimos diciendo, escribir nuevas canciones. Hemos escuchado hermosas estrofas, las hemos vivido, las hemos sentido en carne viva, las hemos militado. Y sin lugar a duda forman parte del nuevo paisaje musical. Pero estas, las de ahora, deben ser melodías que se vayan componiendo muy lentamente, desde abajo. Desde todos los sectores, dimensiones y geografías. Debemos escribir una partitura que nos vuelva a enamorar, que nos haga recuperar la esperanza de que se puede, que pueda convencer a muchos de que el de al lado no es un enemigo, que no se vincula con él a través del sistema de precios, como propone Milei, sino volver a construir el concepto de comunidad, de solidaridad y de fraternidad.
Como alguna vez se dijo, se construye con amor, con compañerismo, y con toda la firmeza y la convicción que la situación exige.