El caso de los asesinatos de Villa Crespo, ocurrido hace algunos días, pone sobre la mesa una cuestión de la que casi nunca se habla: la locura. Resumiendo: una señora, madre de familia, blanca, de clase media, sin motivos aparentes, asesinó a su marido y a sus hijos, suicidándose después. Las noticias informan que todo indicaría que se trató de un brote psicótico, y que la mujer se encontraba medicada por una psiquiatra.

Hablando de brote y de locura surge la inevitable pregunta ¿qué lugar hay para lxs locxs en esta sociedad? Pareciera que el hecho de que se trate de un brote psicótico, tranquiliza. No era una mujer “normal”. Tema resuelto. Lxs locos, en su mayoría, están encerrados. Pero no. No es un tema resuelto cuando el Estado no está presente para alojarlo. Cuando la sociedad no aloja la locura. Para poder abordar esta cuestión es inevitable tomar las palabras de Michel Foucault.

Foucault sostiene que la segregación social de lxs locxs es un mecanismo de control y exclusión que ha sido utilizado por la sociedad para marginar y silenciar a aquellxs que no se ajustan a la norma. Lo diferente, históricamente, produce miedo, incertidumbre. Cuanto más lejos, mejor. 

En su libro Historia de la locura en la época clásica, Foucault argumenta que la creación de instituciones como hospitales psiquiátricos y manicomios fue un medio para aislar y controlar a lxs locxs, permitiendo a la sociedad proteger su orden y su moral. Se trata de un mecanismo por el cual se deposita en lxs locxs todo lo que no se quiere ver de la sociedad. Lo que no gusta. En base a esto, se lxs aísla, se lxs encierra, como si de esta manera, no existiera todo aquello que representan. Lxs locxs se convierten así en un chivo expiatorio. Pero, en realidad, son un emergente de esta sociedad, de esta realidad. Es un sujeto que dice algo que no puede ser dicho ni escuchado por el resto. Un portavoz. 

A través del encierro se reafirma la norma social y cultural y se establece un límite claro entre lo que se considera normal y lo que se considera anormal. Además, la separación permite controlar y disciplinar a aquellos que no se ajustan a las normas, creando un «otro» que es visto como diferente y amenazante, lo que permite, a su vez, justificar la exclusión y la marginación.

A través del tiempo la locura ha sido medicalizada, es decir, se ha convertido en un problema médico que requiere tratamiento y cura. Sin embargo, desde algunos marcos teóricos, se podría pensar en la locura como un posicionamiento subjetivo diferente en la estructura ya que, para algunxs sujetxs, el mundo resulta demasiado amenazante. Necesitan crearse otra realidad. Su propia realidad. Pero la psiquiatría, como discurso amo, logra imponer una visión particular de la realidad para controlar, justamente, a los individuos que no se ajustan a ella, organizando todos los discursos circulantes. En esta línea, surge la importancia de escuchar y comprender la experiencia de los sujetxs con padecimientos mentales en lugar de simplemente imponer una visión médica o psiquiátrica. Es allí donde aparecen disciplinas como el Psicoanálisis, para aportar escucha, sostén, un poco de amor y un poco de calor, donde sólo había frialdad, segregación e indiferencia.

En este sentido, La Ley Nacional de Salud Mental N°26.657, establece que los manicomios deben ser sustituidos por servicios de salud mental comunitarios que respeten los derechos humanos y permitan la vida en comunidad. La ley estableció un plazo para el cierre de los manicomios en Argentina, que venció en 2020. Sin embargo, aún hay desafíos pendientes para garantizar un sistema de atención en salud mental que respete los derechos humanos.

La ley promueve la creación de servicios de salud mental comunitarios que brinden atención ambulatoria en hospitales generales, polivalentes. De esta manera, las internaciones psiquiátricas deberían ser lo más breves posible, priorizando la atención ambulatoria.

Las decisiones sobre internaciones y tratamientos deben ser tomadas por un equipo interdisciplinario que incluya profesionales de diferentes disciplinas, como medicina, psicología y trabajo social. Esta cuestión, muchas veces cuestionada, tiene que ver con diferentes situaciones en las que por motivos sobre todo económicos o por desidia, se terminaba internado a sujetxs con facultades conservadas, solo por decisión de una persona, por ejemplo, un familiar directo. En este sentido, la ley enfatiza en la importancia de respetar los derechos humanos de las personas garantizando la autonomía, la dignidad y la inclusión en la comunidad. En conclusión, la ley busca transformar el modelo de atención en salud mental, pasando de un enfoque manicomial a uno comunitario y centrado en lxs sujetxs.

Foucault destaca la importancia de la autonomía y la autodeterminación de lxs sujetxs con padecimientos mentales y argumenta que deben ser tratados como sujetxs activos y no como objetos de estudio o tratamiento. Pero, para garantizar el derecho a la salud mental, es necesario  fortalecer el sistema, sus equipos, recursos y estrategias, generando una red con base comunitaria, universal, integral y de calidad. Por otro lado, es imperioso construir una subjetividad colectiva inclusiva y cada vez menos discriminatoria. Aún cuando, todo aquello que se corre de la norma, sigue generando rechazo, miedo, incertidumbre, angustia y segregación.

Para que todo lo mencionado se materialice, es necesario contar con un Estado PRESENTE. No hace falta que nadie explique demasiado sobre lo que está pasando con el desfinanciamiento del Hospital Garrahan, por ejemplo. Es necesario poder conectarse con lo real. 

Cuando el gobierno decide retirar dinero de un determinado ámbito (como la salud, la educación o las jubilaciones) para colocarlo en otro, se generan diferentes formas de exclusión y desigualdad, que implican la negación y restricción en el acceso a derechos, dentro de los cuales, el acceso a la salud mental no ha sido la excepción. 

Por otro lado, y no menos importante, en relación a la construcción de una subjetividad colectiva que aloje lo diverso, que soporte lo diferente y que priorice el amor y la ternura por sobre el odio y la indiferencia, se torna muy complicado cuando desde las más altas esferas que conducen el país se escucha un discurso de odio y agresividad que legitima las prácticas discriminatorias y hasta se burla, por ejemplo, de personas con discapacidad. La política del horror y la crueldad.