Esta pregunta viene resonando en el centro de mi alma casi todas las noches. Cuando veo las noticias, cuando pienso y analizo cómo llegamos hasta estas instancias como país, no puedo evitar por momentos angustiarme, enojarme y, algunas veces, fingir demencia. ¿Pero hasta cuándo? ¿Hasta que la ola nos pegue directamente en la cara? Ya para ese entonces será demasiado tarde. Antes de pensar en cuestiones políticas, me inquieta algo más humano y esencial: ¿de qué hablamos hoy cuando la sociedad habla de libertad?

Sin lugar a dudas, hay un choque de conceptos que se oponen diametralmente, pero el problema es que se instaló una idea ganadora y otra obsoleta. Cuando hablo de esta última no es porque haya caducado la esencia, sino la forma de transmitir y mantener ese concepto vivo en nuestras juventudes. A un año y medio de gestión del nuevo mandato, podemos observar que avanzó la represión, el desempleo, la pérdida del poder adquisitivo, el recorte a la salud pública y mental, la educación, los derechos laborales, pero sobre todas las cosas, avanzó el silencio. Todos la están pasando mal, pero nadie dice nada. Y si alguien se pronuncia, pareciera que no tiene la fuerza suficiente para persistir o generar algún impacto significativo.

Aunque la libertad avanzó para unos pocos, la sociedad entera parece no estar enterada, y eso es alarmante. Cuando empezamos a rascar las capas más profundas de este fenómeno sociológico que estamos viviendo, podemos entender que nos enfrentamos al enemigo equivocado. Y ahí es donde perdemos la batalla. Nos distrajeron con un señuelo y caímos en la trampa.

La mejor dictadura es hacerle pensar al ser humano que es libre, mientras otros deciden por él. Entonces, ahí, no puede haber resistencia alguna. Antes, en la revolución industrial, había un poder opresor concentrado que tiranizaba a los obreros: la oligarquía. Entonces, al identificar quién era el enemigo, se podía combatir a través de la unión de las fuerzas organizadas, tal como pasó en cada revuelta a lo largo de la historia: las clases populares se sublevaron contra el status quo de la época. Hoy, por el contrario, no hay enemigos visibles, porque el poder ya no oprime desde arriba, sino desde los seres mismos. En esta era postmoderna, el poder cambió su estrategia y, por ende, su discurso. El filósofo Byung-Chul Han describe en su libro Infocracia que, a diferencia del “régimen de la disciplina”, en donde se explotaban los cuerpos para que fueran engranajes de una maquinaria industrial, hoy se explotan datos e información. El objetivo no es que el ser humano sea explotado de manera consciente, sino que, por el contrario, se sienta “libre, auténtico y creativo”.

Si nos ponemos a comparar con el siglo pasado, podemos analizar que el mayor cambio de estrategia del capitalismo es prometerle a sus suscriptores la libertad de ser “sus propios jefes”, sí, tal como en una estafa piramidal. Este proceso de adiestrar a toda la población no lleva años, sino décadas de estímulos sobre la psiquis colectiva. Cada pieza movida por el sistema fue pensada con anticipación hasta alcanzar el punto cúlmine de eliminar los intermediarios entre el poder concentrado y el pueblo. Para entenderlo rápidamente, podemos ver que muchas empresas como Uber, Rappi, Amway, o incluso la proliferación de cursos online para convertirte en emprendedor, abogan el eslogan de alcanzar “tu libertad”, sea financiera o de un sistema rígido en cuanto al cumplimiento de un horario fijo o asistir físicamente a una institución, lo cual convierte a cada individuo en responsable de su ingreso. Por lo tanto, los intermediarios legales desaparecen de esta ecuación. Estas personas ya no cuentan con sindicatos ni con leyes laborales que los protejan: están a merced de su propio rendimiento, lo que los convierte en colectivos individualizados, totalmente desprotegidos frente a la explotación empresarial.

Y podemos observar que no fue a través del uso de la fuerza, sino del discurso: “esa libertad prometida es asumida voluntariamente por el individuo como su propia esclavitud”. Ahora solo depende de él, y su reproche ya no es hacia una entidad, sino hacia su propio ser. Es decir, si las tarifas que recibe por su servicio no son las adecuadas e indispensables para vivir, ya no se reunirá con sus pares para organizarse y presentar un reclamo, sino que, como se considera un “ser libre”, ahora se autoexplotará para conseguir el sustento que necesita, porque el capitalismo logró correr de la escena a los actores que protegían la dignidad del laburante, no solo eso, sino que la mayor victoria fue aislar al individuo del bienestar colectivo. Lo empoderó en su egocentrismo y también sacó del medio al compañerismo propio de su par. El resultado de esta ecuación es anular el deseo de luchar en comunidad y trasladarlo a una falsa idea de superación personal sin importar quién tengo al lado, como si cada persona fuera una isla y no barrios de a pie.

«Ningún hombre es una isla entera en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte del todo.» John Do

¿Por qué fue necesaria esta exégesis breve de la evolución del capitalismo en este ensayo?

Para entender dos cosas puntualmente. La primera es: “El avance de la extrema derecha no es un capricho simplemente colectivo o el resultado azaroso de una elección; es una agenda que fue diseñada desde hace por lo menos unos cincuenta años y ejecutada con precisión mientras las sociedades avanzaban al ritmo de la tecnología”. Entonces, desde nuestra militancia, o desde el lugar que nos encontremos de este lado de la brecha, no podemos pretender cambiar inmediatamente una estratagema orquestada globalmente; es como querer que el océano se convierta en agua dulce y potable, lista para el consumo masivo. Primero necesitamos pensar en una estructura que nos lleve a desalinizar estas aguas del capitalismo salvaje, porque de otra manera, con el paso del tiempo, nos encontraremos peleando contra una utopía, ya que la lucha no es política, es cultural, filosófica e ideológica. También es una lucha por el alma de la sociedad.

Hoy más que nunca atravesamos una era de transición a nivel mundial. Los bloques geopolíticos que avanzan en el mundo son de extrema derecha, pero lo más importante es entender cómo funcionan en la mente de aquellos que aceptan sus discursos.

Para ello, es vital revisar la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz, en la que propuso, un siglo antes, cómo se construirían nuestras sociedades. Y no es a través de un modelo panóptico, controlador y dictatorial, sino una sociedad manipulada por el placer, la superficialidad, el consumismo, la deshumanización y la tecnología. Podemos observar que lo colectivo hoy sucede por medio de las redes sociales, lo virtual, y no por lo real. ¿No fue acaso esa la estrategia de los libertarios? Imprimir en nuestras juventudes un discurso de odio y apropiarse de la palabra libertad a través de Shows mediáticos, reels, TikToks, trolls en Twitter sin contar los medios hegemónicos de comunicación tradicionales.

El segundo punto es que no podemos dar una discusión del siglo pasado, porque la gente está pensando en un futuro que llegó hace rato. Tenemos un desafío más grande que atacar al enemigo visible; es el que menos importa, porque hoy es un León, mañana puede cambiar a un Lobo, o una Víbora; incluso puede cambiar el circo. Lo que, de seguro, no cambiará es su estrategia de marketing, aunque sin lugar a dudas la ajustarán de acuerdo a los estudios que tengan sobre las sociedades. Por eso, la gran tarea titánica que tenemos por delante es liberar una nueva batalla cultural, antropológica, filosófica y de valores. Luego se convertirá en una batalla política, pero el orden de los factores cambió en nuestras discusiones, y es vital entenderlo.

Es una batalla más profunda, porque debemos entender que la palabra libertad ya no es censurada, sino distorsionada. Entonces, el peligro inminente está más adelante. Con el pasar de las décadas, proyectando en las próximas dos o tres generaciones que vienen, cuando no quedemos ninguno de los que vivimos actualmente, crecerán con el concepto de libertad que será falso, tal como lo planteó Huxley.

Más que nunca necesitamos reclutar artistas, filósofos, maestros, poetas, cineastas, pensadores, músicos, periodistas y todo aquel que se dedique a las humanidades para empezar a deconstruir este circo que montaron con tanta dedicación en nuestras propias narices. Este es un trabajo, primeramente, de planificación subterránea, de cimientos profundos, de organización, y luego de una exhaustiva gestión coordinada entre todas las partes para recuperar nuestra tan bastardeada palabra libertad.

Mi amor, la libertad es fiebre
Es oración, fastidio y buena suerte
Que está invitando a zozobrar
Otra vulgaridad social igual
Siempre igual, todo igual, todo lo mismo
Mi amor, la libertad no es fantástica
No es tormenta mental que da el prestigio loco
Es mar gruesa y oscuridad
Y el chasquido que quiere proteger
Ese grito que no es todo el grito
Mi amor, la libertad es fanática
Ha visto tanto hermano muerto
Tanto amigo enloquecido
Que ya no puede soportar
La pendejada de que todo es igual
Siempre igual, todo igual, todo lo mismo
Mi amor, la libertad es fiebre
Es oración, fastidio y buena suerte
Que está invitando a zozobrar
Otra vulgaridad social igual
Siempre igual, todo igual, todo lo mismo.

Blues de la Libertad – Los Redondos