En la última entrevista con motivo de los 50 años del fallecimiento de Perón, Cristina volvió a introducir el tema de la neutralidad del déficit fiscal. Los economistas más cercanos a Cristina insisten con esta idea, a esta altura, una suerte de terraplanismo económico. Como venimos planteando en estas líneas, es sumamente importante que podamos discutir estas cosas ahora, porque el gobierno de Milei comienza a caminar por la cornisa. Con la particularidad de que el mercado le soltó la mano antes que los ajustados -jubilados y clase media-, proceso que, más temprano o más tarde, también llegará.
Para ese entonces, debemos estar listos para ofrecerle una salida a nuestro pueblo, y no podemos volver a caer en la tragicomedia de discutir qué hacer con los temas centrales de nuestra Patria, a cielo abierto, a los tumbos, sobre la marcha. Es por eso que todos estos debates deben ser dados. Fundamentalmente, los debates que durante muchos años, por traumas inexplicables, reprimimos.
Un conjunto de economistas, digamos del campo nacional y popular, siguen abonando a la idea de que el déficit fiscal puede ser un escenario permanente. Se basan en que muchos países tienen déficit fiscal y no tienen inflación, o lo que es lo mismo, que Argentina hoy no tiene déficit fiscal y tiene inflación. Argumento que suele replicar Cristina en sus intervenciones sobre cuestiones económicas. Estos argumentos, sesgados, carecen de toda solidez técnica. Porque el resultado fiscal, como absolutamente todo lo que respecta a la economía, debe ser analizado de manera integral. La economía funciona como un gran sistema, tiene vasos comunicantes, depende de miles de decisiones que se toman al mismo tiempo en diferentes lugares. Es un sistema complejo de relaciones y decisiones que debe ser analizado en su complejidad. El resultado del fisco, no es un compartimento estanco, tiene como contracara, por lo menos, dos dimensiones que deben ser atendidas y analizadas en su conjunto: las reservas del Banco Central y la demanda de dinero -con fines de ahorro, es decir, la propensión a ahorrar en moneda propia-.
En un contexto de déficit permanente, donde el público no ahorra en la moneda que se emite, las reservas internacionales pueden actuar como un colchón, para sostener por un tiempo el desequilibrio. El ajuste del modelo se da vía pérdida de reservas. El costo de la pérdida de reservas internacionales, es entregar grados de libertad para hacer política económica en el futuro. Perder reservas de manera permanente es el equivalente a perder los ahorros. Esta alternativa solo puede ser transitoria, no se puede utilizar stocks para cubrir desbalances en los flujos de manera prolongada.
El otro punto tiene que ver con la demanda de dinero. Los países a los que estos economistas hacen referencia son países donde los ciudadanos ahorran en su moneda. Esto no es menor, porque en la Argentina, cada peso emitido termina comprando un dólar (o el equivalente). Y acá sí, como dice Cristina, asesorada por estos economistas, el problema argentino es la falta de dólares. Pero ya no por el flujo comercial externo, sino por los flujos financieros internos y la propensión a ahorrar -con razón- en dólares. Argentina tuvo muchísimos años de superávit comercial con pérdida de reservas por este motivo. Digo “con razón”, porque la historia le mostró a los argentinos que en los últimos 40 años el que ahorró en pesos, perdió. Es por eso que somos contrarios a quienes opinan que ahorrar en dólares es un tema cultural. Es un tema de racionalidad económica, que lo entiende desde el dueño de Techint hasta un almacenero, un jubilado o un trabajador informal.
Aumentar las exportaciones resulta central, ya que mayores exportaciones permiten niveles de actividad más altos. Altos niveles de actividad se traducen en mayores niveles de importación, si hay más dólares producto de las exportaciones, el gobierno puede convalidar niveles de crecimiento más altos. Probablemente, tener más exportaciones también sirva para contener flujos fiscales deficitarios transitorios, lo cual también está bien. Lo que no se puede es plantearse esto como deseable ni permanente.
Desde Perón, hasta Néstor Kirchner y Keynes, abogaron por el orden fiscal de largo plazo. Los déficits son una herramienta provisoria para crisis como la pandemia, o el crash de Lehman Brothers. Como bien aprendimos, el Estado debe actuar de manera contracíclica, nunca procíclica. Es decir, cuando nadie gasta, el Estado debe gastar. Cuando el sector privado se recupera y la actividad se reactiva, el Estado debe ordenar, generar incentivos, mostrar por dónde, dirigir qué sector encabeza, pero no gastar más de lo necesario. Compañeros, compañeras, la restricción presupuestaria existe. Si no hablamos de esto, como no hablamos de muchas otras cosas, los liberales y vende patria lo harán por nosotros.
Pero claro, el equilibrio fiscal no se consigue ajustando a los jubilados o cortando los medicamentos oncológicos. Y, aclaro, está bien que la política se ajuste aunque no mueva el amperímetro. Pero el equilibrio fiscal en la Argentina se debe conseguir con una reforma impositiva que ordene el Tetris recaudatorio y que definitivamente grave a aquellos que más tienen. No puede ser que el principal impuesto de la Argentina siga siendo el IVA de la leche, y que entre todos le sigamos financiando la empresa al fugador de Galperin. No puede ser que no hayamos sido capaces de segmentar tarifas como corresponde y haber bancado por años el costo del gas de las piletas climatizadas de Nordelta con el IVA de la carne.
El ordenamiento de las cuentas es una cuestión absolutamente necesaria, pero no puede caer sobre los hombros de los sectores más perjudicados por los últimos dos gobiernos. Debe haber una fuerte decisión política de dar las discusiones que haya que dar y que sean los más ricos los que aporten a financiar las cuentas nacionales. Como lo hace cualquier país racional del mundo. Por el lado del gasto, seguro que hay por hacer. Cada peso que el Estado gasta es sagrado, y se debe administrar con la responsabilidad que eso amerita. Cada peso que se gasta debe estar justificado por el interés general y superior de la Nación.
No creo que sea deseable abogar por la neutralidad del déficit fiscal, no es una situación virtuosa de largo plazo. Sí es una herramienta para situaciones extraordinarias y coyunturales. Pero, repito, debemos discutir los ingresos del Estado. Nuevamente: no puede ser el IVA el principal impuesto de la recaudación nacional. Es el impuesto más regresivo que existe, porque lo pagan de la misma manera los sectores más postergados y los más ricos de este país. No pueden ser los sectores populares quienes financian a Mercado Libre, que como dijo Cristina, ya cumplió la mayoría de edad.


