El peronismo se encuentra hoy en un proceso (sano) de reconstrucción. Lógicamente, aquellos que hegemonizan el poder de la lapicera se resisten. Digo, lógicamente, porque: perdimos las elecciones en 2013, 2015, 2017, 2021 y 2023.
En ese interín, nuestros candidatos fueron el exiliado Martín Insaurralde, que era el candidato de algunos para ser candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires; el libertario Daniel Scioli; Alberto Fernández y Sergio Massa, entre otros. Algo anda mal para quienes creemos que el Peronismo es, y solo puede ser, un movimiento revolucionario de transformación de la realidad.
Digámoslo, la discusión peronismo-kirchnerismo que se dio durante muchos años, mutó en kirchnerismo-camporismo. Hoy, muchos de los que trabajamos, militamos, resignamos parte de nuestras vidas personales y profesionales —y lo volveríamos a hacer— nos sentimos extraños en nuestra propia casa. Nos hacen sentir extraños.
Como dijimos en salidas anteriores, parece que existe una especie de cerco a Cristina, una casta que lleva información podrida. Imaginen lo raro que estará todo que hoy la persona que se encuentra más cerca es… Sergio Massa (!!!), en detrimento de aquellos que la reivindicamos y la defendemos tanto en público como en privado -y lo seguiremos haciendo—. Por eso, el énfasis en el cerco.
El tema central es que algunos pretenden que confundamos lealtad a Cristina con sumisión a su organización. Convenientemente, abonan a este método los que pretenden sumisión. El discurso es el siguiente: o te sometes a las estrategias de los supuestos emisarios o estás contra Cristina.
Quienes quieren llevar la cuestión política a la total sumisión de la voluntad, no leyeron a Perón. Y no me refiero a quienes corrieron detrás de Massa en 2013 o de Randazzo en 2017, sino a los que estamos y estaremos convencidos de que los años más felices fueron entre 2003 y 2015. La generación de Néstor Kirchner, la de quienes nos sumamos a la política viendo ahí la herramienta de transformación de la realidad.
Es cierto que, durante los años de la década ganada, con un proyecto de transformación y liberación nacional dando las grandes discusiones que la Patria demanda, el verticalismo se impuso. Y hasta es necesario que así sea. Pero es pedir demasiado pretender que se cristalice esa forma de conducir la política, ya no de parte de Cristina, sino de intermediarios que no pueden adjudicarse para sí la legitimidad que sí tiene ella. Como decíamos, demasiado conveniente. Pero quizás la gota que rebalsó el vaso haya sido que 3 ñatos aprieten por WhatsApp para desalentar la convocatoria al acto de Axel con las simbólicas Madres, de nuestra entrañable Hebe de Bonafini, el pasado 24 de marzo.
La declaración de Andrés Larroque, insospechado de albertista, amigo de Magnetto, ni de la embajada de Estados Unidos, ni de Israel (¿Se acuerdan que Wado viajó a Israel cuando lo lanzaron como candidato? No tengo nada contra el viaje, solo para mostrar la doble vara. ¿Se imaginan de qué sería acusado si lo hacía otro compañero?) es trascendente, ya que él cuenta con anticuerpos naturales ante el argumento que utilizan (traidores, desleales) contra todo aquel que osa esbozar una crítica, no contra Cristina, sino contra los métodos de los que dicen hablar en su nombre.
También son sintomáticas las declaraciones de otro compañero, Hugo Yaski, en la misma línea del Cuervo. Y estamos hablando de los tipos más fieles de nuestra década ganada. Yaski, más fuerte aún, denunciando los VIPS en la política. Es evidente que hay un cambio de época. También es evidente que la política dirigencial se tornó VIP, comenzaron a aparecer las pulseritas en los actos, los de pechera negra que te dicen qué podés hacer, quién pasa y quién no… Como dijo el Cuervo, es la conducción de Cristina, sí, con movilización, con organización, con discusión política y sin oligarquías que medien la realidad.
Desde acá nos adelantamos y decimos sí, estos temas hay que discutirlos ahora, mientras gobierna Milei. En simultáneo, desde nuestras estructuras y con los métodos que creemos más eficientes, resistimos y acompañamos al pueblo trabajador en tiempos de saqueo. Esto no solo es importante, sino absolutamente necesario: hay que discutir lo que le vamos a proponer a la sociedad cuando este modelo fracase. Porque todos, ahí sí coincidimos, consideramos que fracasará. O que ya había fracasado antes de arrancar.
Muchos creemos que el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, como dicen, ya probado en batalla, reúne la capacidad política, la “llegada a la gente”, la honestidad intelectual, la coherencia histórica, la ética política y la empatía para encabezar lo que se viene. Estamos dispuestos a discutirlo con quienes crean que hay alguien mejor. Pero sin descalificar, ni acusar.
A lo que no estamos dispuestos es a esperar que, una vez más, se vuelva a cerrar nuestra representación a dedo, por abajo, a último momento y a espalda de la voluntad de quienes integramos la fuerza política. Sin ánimos de imponer, sino, como decía Néstor, con nuestra verdad relativa y sin renunciar a nuestras convicciones.
Los que daban (de verdad) la vida por una idea política, no están más. El resto somos todos mortales de la política. A no autopercibirse herederos absolutos de ninguna generación, ni autoridad moral, porque eso es patrimonio del conjunto del pueblo peronista, de todos aquellos que seguimos creyendo que el peronismo es, como decía Cooke, el hecho revolucionario del país burgués. Y porque esa juventud maravillosa estaba lejos de las discusiones por contratos y por espacios en lugares públicos. Dentro de esos márgenes todo se puede discutir y eso no te convierte en desleal. Leal a nuestro movimiento y a la historia es comprender que el que gana conduce y el que pierde acompaña. Pero sumisión y peronismo es un oxímoron.