Una de las consignas que se viralizó fuertemente durante los momentos previos a las elecciones de 2023, y a base de la cual se realizaron múltiples chicanas, fue la del “Afuera”. Mediante el uso de la “motosierra” el actual presidente argentino y lacayo de los Estados Unidos, Javier Milei, prometía achicar el Estado al máximo. 

Al mes de abril, este gobierno liberal ya lleva más de 15 mil despidos en el sector público. Más allá de las consecuencias que el quedar desempleadx —en un momento de crisis— puede ocasionar sobre cada sujeto, y del impacto que esto puede tener en la organización de la vida en sociedad, despedir tantos trabajadores conlleva que delegaciones enteras tengan que cerrar, como ocurrió con ANSES, restringiendo el derecho a la seguridad social. Lo mismo comienza a suceder con otros servicios esenciales que el Estado está obligado a brindar, como la educación y la salud. No nos olvidemos del cierre del INADI, con las consecuencias simbólicas que esto trae aparejado en el entramado social; despidos en el poder judicial, parques nacionales, ministerio de economía, trabajo, desarrollo social… sumados a la ola de despidos del sector privado, por el parate en la actividad. 

Ahora bien, ¿qué es el trabajo? Esta pregunta podría responderse desde diversos marcos teóricos y quizás no haya solo una respuesta correcta. Lo que no se puede negar es que el trabajo como tal, la tarea, es un organizador social. La definición de trabajo, solo como actividad productiva, responde a un enfoque exclusivamente económico. En la modernidad el trabajo aparece como una cuestión ligada a la obligatoriedad y a la presión, en contraposición a la idea de libertad que tiene que ver con hacer lo que cada unx quiera en sus momentos de ocio. 

¿Existe uno sin el otro?, ¿existe libertad para un sujeto cuando no tiene garantizado el acceso al trabajo y, por lo tanto, a la comida, la vivienda, la salud y todo lo básico que se necesita para sobrevivir?, ¿existe libertad en una sociedad donde cada día son más lxs compatriotas que no tienen acceso al trabajo?, ¿se puede disfrutar del ocio cuando hay otrxs pasándola realmente mal?  

El trabajo es concebido por Freud como un mecanismo de equilibrio para la personalidad, ya que le permite a lxs sujetxs articularse con la realidad y el grupo al que pertenecen. En este sentido, el trabajo refuerza los vínculos y, en el mejor de los casos, permite que el sujeto se sitúe en un entramado con una tendencia creadora. Repito, en el mejor de los casos. El papel de equilibrador del trabajo, es mucho más potente cuando el tipo de tarea que se realiza se ha escogido libremente, ya que el mecanismo del equilibrio se lograría a través de la sublimación. 

Muchas investigaciones psicológicas y sociológicas, han demostrado las consecuencias nocivas que el desempleo tiene sobre los sujetos: estados de depresión y hasta suicidios. Tenemos ejemplos en nuestra historia reciente sobre las consecuencias de las políticas liberales aplicadas en la década del  ́90, que culminaron con la crisis del 2001. Sujetos que eran sostén económico de sus familias y quedaron abruptamente desempleados, no pudieron encontrar su lugar en el nuevo entramado social. 

En este sentido, Freud consideraba que la salud mental se logra acariciar cuando el sujeto puede amar y trabajar libremente. Ahora bien, ¿qué sucede en una sociedad donde el miedo a perder el trabajo está presente en el mate de cada mañana? La incertidumbre, la ansiedad, la agresividad se apropian de la escena diaria. No nos olvidemos que, además, los mecanismos de despido son crueles, sin aviso previo, muchas veces mediante un frío correo electrónico o, ni siquiera eso: al llegar al puesto de trabajo, enterarse de que el contrato no fue renovado o fue dado de baja. Y como si esto fuera poco, militarización de los espacios de trabajo para impedir el ingreso mediante la fuerza.

Con todo lo dicho anteriormente, no se desconoce la existencia del llamado “ñoqui” en el sector público. Sería muy importante que los dirigentes pudieran hacer una autocrítica en este sentido, y rever la situación para el futuro. De hecho, se los exigimos. No queremos gente que viva del Estado sin mover un dedo. Esta situación ensucia el trabajo de tantos otrxs que sostienen las políticas públicas todos los días. No podemos dejar de reconocer la gran cantidad de personas altamente capacitadas que prestan servicio al Estado, cumpliendo con creces su horario laboral —eterno—, con dedicación y compromiso. Además, estas personas no tienen salarios exorbitantes, ni mucho menos. No forman parte de la “casta”, claramente. Son salarios que, con suerte, permiten llegar a fin de mes. 

No cabe dudas que la salida es colectiva, que nadie se salva solx, y que la actual conducción del gobierno nacional lo sabe. El deterioro del entramado social y el sálvese quien pueda son condición sine qua non para el plan económico de los gobiernos liberales, así como también, la legitimación de las fuerzas armadas y la represión. 

Con las mismas recetas de la vieja y rancia dirigencia, obtendremos iguales resultados. Como se dijo por ahí, no podemos quedarnos en la nostalgia, es necesario revisar, cuestionar, discutir los mecanismos del pasado, y componer nuevas canciones de cara a lo que se viene. Si queremos un cambio verdadero, debemos caminar distinto.