Twitter. Lugar odioso del internet si lo hay, pero definitivamente adictivo. Soy tan solo una pobre víctima más del scrolleo. El tópico que genera más interacciones en este momento son los dichos del presidente en Davos. Usuarios que lo defienden, otros que lo defenestran. Usuarios (¿trolls?) que dicen que en realidad el presidente no quiso decir lo que dijo, pero en el fondo un poco de razón tiene, y a la vez que “cada uno haga en su vida privada lo que quiera”, en fin. Indignación, respuesta colectiva, organización, marcha. Al momento de escribir esto, faltan tan solo unas horas para que nos manifestemos como sociedad en contra del avance fascista que estamos viviendo en el país. A partir de todo este revuelo es que me urge escribir. Lo más obvio ya fue dicho y asumo que quien lee estas palabras está al tanto del asunto y de gran parte de las opiniones emitidas al respecto. Sin embargo, encuentro una constante a lo largo de este último tiempo y es como se fue corriendo la “vara” de lo concebible. 

Los últimos dichos son tan solo un ejemplo de una caterva de barbaridades emitidas por el presidente y todos sus muñecos. De todas formas, esto es la punta del iceberg. Un iceberg que ningunx de nosotrxs termina de comprender cuán profundo es, ni cuando va a hacer que el Titanic se hunda. Desde negar el número de desaparecidxs de la última dictadura, querer anular la figura legal de femicidio, defender un gobierno genocida como el de Israel, hasta hacer analogías con la pedofilia y la homosexualidad; creo que todavía queda mucho de esto por delante. No somos los únicos, no estamos solos. Como la búsqueda incansable por encontrar vida más allá de nuestro sistema solar, el Gobierno de Milei no es el único de su clase en el mundo. Y acá hace su aparición mágica esta “vara” que se va corriendo cada vez más. De repente, nos encontramos en un presente ampliamente distinto al de algunos años atrás. Hay un claro retroceso frente a quienes los Estados consideran como sujetos de derecho. Es indiscutible que cualquier ser humano merece vivir, sin embargo, sabemos que en la práctica hay una administración de la vida. Es innegable que en los últimos 100 años los gobiernos y los sectores de poder se fueron poniendo cada vez más de acuerdo en torno a la idea de hacer vivir, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. De todas formas, si una se pone a escarbar en estas ideas puede dar cuenta de la complejidad del asunto y que al final siempre se encuentran sectores de la sociedad, sujetos, personas, que se vuelven prescindibles. Y para sorpresa de nadie, quienes se encuentran en esta bolsa son los grupos más pobres y vulnerables de la población. Si bien este modus operandi ha existido a lo largo de la historia, algo está cambiando. Ante este panorama, ¿cuáles son los parámetros básicos de una democracia? Si alguna vez existieron, ¿siguen vigentes? ¿A qué sujetos se les habla y para quienes se gobierna?

«Es como se fue corriendo la ´vara´ de lo concebible»

El antropólogo francés Didier Fassin define a los gobiernos humanitarios como aquellos que cuentan con un despliegue de sentimientos morales en las políticas contemporáneas. El sufrimiento se vuelve un capital que justifica las prácticas de asistencia a los grupos más vulnerables. Es decir, hay una medición de quién se merece una ayuda, ya sea por parte del Estado o una organización. Para recibir X resarcimiento por la condición en “desventaja” en la que el sujeto se encuentra, esa condición debe ser demostrada. Hay una cuestión performática. Vale preguntarse, entonces, dónde se coloca esa vara. En los últimos 20 años, los gobiernos “progresistas” del lado occidental del mundo colocaron esta vara “humanitaria” en los inmigrantes, refugiados políticos y minorías, entre otros. Lo que terminaba sucediendo era una administración de los excluidos. El problema de fondo no terminaba de ser resuelto, porque además sabemos que todo esto siempre es mucho más complejo de lo que parece. El foco de la cuestión se centraba en los cuerpos de estos excluidos que debían ser susceptibles de producir compasión. ¿Sos inmigrante? ¿Qué hace que lo seas? ¿Cuál es tu nivel de sufrimiento y dolor? ¿Cuáles son tus imposibilidades? Para acceder, hay que demostrar. En criollo, dar pena. Al final todo termina siendo absurdo porque quienes generan esas condiciones de marginalidad y pobreza son los mismos gobiernos y grupos de poder que terminan brindando esta “ayuda” y decidiendo quién es merecedor de la misma.  

«Al final todo termina siendo absurdo porque quienes generan esas condiciones de marginalidad y pobreza son los mismos gobiernos y grupos de poder que terminan brindando esta “ayuda” y decidiendo quién es merecedor de la misma«

Volvamos a la realidad de nuestro país. Me arriesgo a decir que este gobierno de humanitario tiene poco. Lo que mencioné queda completamente corrido de su agenda. Si bien estas políticas humanitarias son criticables, ya que muchas veces se trata de medir un sufrimiento que no es trasladable en un aspecto numérico y estadístico, al menos se colocaba esa vara en un lugar concreto. Hablo en pasado porque siento que en vez de avanzar o realizar críticas constructivas a esa clase de gobiernos humanitarios, directamente se están volviendo inexistentes. La concepción de quien merece vivir o ser entendido y tomado como un sujeto, se está corriendo cada vez más. “Yo necesito que ese tipo entienda que mi vida vale (…) Que si yo te toco la puerta me abras porque mi vida vale”, manifestaba Susy Shock, activista y poeta trans, con Fede Simonetti hace unos meses. La crisis humanitaria es tal que necesitamos volver a establecer el valor de una vida. Insisto, nada que no haya existido hasta el momento. Me atrevo a arriesgar una inoportuna generalización, pero esta clase de desigualdades no son nuevas en la historia de la humanidad. Siempre tuvieron que existir vidas que valgan menos para que haya otras que se diferencien. Pero hoy particularmente nos toca vivir un borramiento de lo establecido hasta el momento.

«Al final todo termina siendo absurdo porque quienes generan esas condiciones de marginalidad y pobreza son los mismos gobiernos y grupos de poder que terminan brindando esta “ayuda” y decidiendo quién es merecedor de la misma«

Es bizarro que lo que hasta hace tan poco tiempo existió y era parte de una política de gobierno, hoy en día sintamos que es un abismo. Elijo creer que se trata de momentos, contextos, situaciones, que eventualmente cambian. Pero para que ese cambio exista tenemos que ser conscientes, mantenernos alerta. No ignorar, actuar. Lo que transitamos durante estos días como sociedad es un caso de un contexto más general. Es difícil cambiar de raíz un sistema político-económico-cultural tan establecido, sin embargo, considero que existen caminos para mejorar las condiciones dadas. Organizarse y manifestarse puede ser uno de ellos.