La noticia de la denuncia de Fabiola Yañez por violencia de género contra el expresidente Alberto Fernández cayó como una bomba. Muchas personas se sintieron defraudadas por el peronismo, a otras les llamó la atención (porque parecía un hombre correcto), a algunas pocas no les sorprendió y a otras tantas les vino como anillo al dedo.
Lo cierto es que aquellos que se desvivieron por defender a Fabiola, no solo la revictimizaron, publicando imágenes privadas, sino que terminaron por violentar a otra mujer: Tamara Pettinato. Porque claro, ¿a quién se le podría ocurrir poner en duda las masculinidades? Es mucho más fácil poner en cuestión la reputación de una mujer. Esta peli es repetida.
Para problematizar esta secuencia es necesario hacer el ejercicio de pensarla desde diferentes puntos de vista. Aquellos compañeros militantes que, siguiendo las indicaciones de Cristina, optaron por Alberto Fernández como presidente se sienten interpeladxs, porque en el fondo sabían que no era él quien iba a llevar las banderas de la soberanía, la independencia y la justicia social. Sin embargo, durante su gobierno, utilizó las luchas feministas como una trinchera. Ahora bien, ¿puede responder por ellas en su vida privada? No se sabe. Será la justicia quien lo defina. Lo que sí se puede afirmar es que, sea como sea, Alberto tiene que pagar de principio a fin por los delitos que se le imputen. He aquí una diferencia fundamental con aquellos libertarios que, aun conociendo los delitos de lesa humanidad cometidos, quieren a los genocidas en sus casas. Impunes.
El problema radica en la idealización de las personas. De Alberto, de Cristina y de cualquier dirigente. Cuando se idealiza a una persona solo se pueden ver sus aspectos positivos, no hay lugar para el error. Solo es posible amarla con locura, porque no hay posibilidad de que haga algo mal. Ahora bien, cuando la realidad se presenta enrostrando otra cosa, el mundo se derrumba. El que se equivoca no es Alberto (persona a la que nadie idealizo nunca jamás) es Cristina. Pero esto es una conversación que se tiene que dar puertas adentro.
A cualquier mujer sincera le resultaría hasta casi obvio que un hombre, cisgénero, heterosexual, blanco, profesional y presidente, cometa actos de abuso de poder ¿Por qué? Porque puede. Porque el patriarcado lo habilita. Ese mismo hombre pudo escudarse tras su mujer cuando no le dio para hacerse cargo de haber realizado una fiesta en plena pandemia, en la que todo el mundo había entendido, a través de sus propios dichos, que debía hacer un esfuerzo por el bien común: cumplir con una cuarentena estricta. Nuevamente, se está en presencia de aquel que cree que la ley es aplicable a todo el resto de las personas, pero no recae sobre sí mismo. Él tiene acceso a todo, sin restricciones. Cuando lo descubren, es tan cobarde, que señala a su mujer. Dejándola expuesta, a tal punto, que tiene que abandonar el país por el repudio popular. La mayor investidura del país cometiendo abusos de poder una y otra vez.
Por último, los que se la pasan negando la violencia de género y el patriarcado, ahora están consternados por el accionar de Alberto Fernández. Milei lo deja en claro todos los días, no hace falta remontarse a los debates presidenciales, el desfinanciamiento a las políticas de género habla por sí solo. No será la primera ni la última vez que diferentes luchas legítimas y anti hegemónicas, sean tomadas por los grupos conservadores para utilizarlas a su beneficio, en pos de sus intereses.
Lo cierto es que mientras todo el mundo habla del ojo morado de Fabiola, del celular perdido y la responsabilidad de Tamara, ya no se acuerdan de Loan y las redes de trata; no se informa sobre el destino del oro de las reservas, el sueldo de los legisladores, el aumento de los servicios, el hambre, los muertos en situación de calle, la violencia institucional, el cierre de la CONADI y más…
Que el árbol no tape el bosque. La posibilidad de cualquier mujer que denuncia está dada por la lucha feminista. Porque existe un colectivo que acompaña y contiene. Porque hay leyes que dan marco normativo a la problemática para poder abordarla. El desfinanciamiento y el vapuleo no van a dar por tierra con la lucha de los feminismos, que no es nueva. Desde mediados del siglo XVIII, se va transformando con el devenir de la historia, es diversa y no le tiene miedo a ningún Milei ni troll que intente deslegitimarla. Al contrario, se fortalece.