Si digo adolescencia seguramente más de unx va a pensar en la serie de Netflix. Pero, déjenme decir, que es mucho más que eso. Y bienvenida sea la ficción y el mainstream para invitarnos a pensar un poco más allá, o más acá. La adolescencia nos rodea. Nos interpela. Nos atemoriza. Y hasta, quizás, genere un poco de nostalgia en algunxs adultos. Relación ambivalente si la hay: te temo, pero te envidio. 

En la serie “Adolescence” se relata un proceso de investigación judicial que se desata luego del femicidio de una joven estudiante. Todo indicaría que el responsable es un compañero de la escuela.

Para el Psicoanálisis, no es correcto pensar que la pubertad es la causa del malestar en la adolescencia. Es decir, no se trata solo de cambios físicos. En la adolescencia aparece algo nuevo frente a lo cual el sujeto no tiene respuestas. El término “adolescencia” es un neologismo que se utiliza desde la segunda mitad del siglo XIX y, en el discurso corriente, implica crisis.

El adolescente debe inventar una nueva lengua, establecer nuevos vínculos, alianzas y encuentros. Debe separarse del discurso familiar, pero, mientras lo hace, se encuentra en un intervalo donde pierde puntos de referencia. Es un momento delicado. En este sentido, lxs adolescentes inventan sus propias palabras que les permiten construir un lazo social en el cual no cabe la generación precedente. Hacen uso de la lengua para poder nombrar lo real que encuentran y, de este modo, van construyendo lazos y vínculos para manejar la soledad existencial con la que deben lidiar.

Algunos autores proponen hablar de “adolescencias”, como un plural que se abre a lo singular, dado que la subjetividad se encuentra entramada con las particularidades del grupo familiar, el grupo de pares, y el contexto político, histórico-social y cultural. A su vez, el plural permite incluir a aquellas adolescencias invisibilizadas por interpelar a la sociedad y al orden simbólico, poniendo de manifiesto la fragilidad de los vínculos y la insuficiencia de estrategias y dispositivos institucionales.

En este sentido, la serie adolescencia, nos invita a pensar y problematizar muchas cuestiones referentes al rol de las instituciones que atraviesan a las adolescencias: la escuela, la familia, la justicia. Transversalmente, las redes sociales, los vínculos y la masculinidad.

El programa escolar tiene huellas de su momento fundacional: homogeneidad, sistematicidad, continuidad y orden, pero las nuevas generaciones son portadoras de culturas diversas, fragmentadas, abiertas, flexibles, móviles e inestables que convierten a la experiencia escolar en una frontera donde se encuentran y enfrentan diversos universos culturales. En este contexto, la categoría “adolescente” -que permitió a la escuela secundaria interpretar la etapa que atravesaban lxs estudiantes- resulta estrecha: la adolescencia entendida como la edad de “la rebelión contra el mundo adulto”, del “despertar del amor y de la sexualidad”, de “la identificación de las primeras vocaciones y/o la preparación para la universidad” es solo una de las posibilidades para entender a los grupos que hoy están en las escuelas.

La travesía adolescente necesita un marco, un límite, un continente que debe ser aportado por lxs adultxs. Fernando Ulloa piensa en la institución de la ternura como solución a la cultura de la mortificación. La ternura será fundamentalmente buen trato frente a las violencias inevitables del vivir. Pero cuando aquello que debe curar enferma, se puede pensar en lo que Ulloa denomina una encerrona trágica, entendida como toda situación en la que alguien para vivir, trabajar o tener salud depende de algo o alguien que lo maltrata o destrata. Lo siniestro de todo esto radica en el acostumbramiento que produce la hostilidad. Es una situación sin salida, en tanto queda en una relación dual que podría romperse con la acción de un tercero que pueda mediar. Podemos pensar, en términos de Ulloa, que lxs adolescentes necesitan del acompañamiento de lxs adultxs para cortar -justamente- el lazo con lxs adultxs. Entonces, ¿cómo acompañarlxs?, ¿cómo posicionarse? Es interesante poder pensar en la creación de momentos de encuentro como oportunidad subjetivante. Es absolutamente necesario que tanto la escuela como la familia estén en condiciones de aportar este acompañamiento. 

En el capítulo tres de la serie, se observa un encuentro entre el joven y la psicóloga jurídica que intenta encontrar respuestas: ¿lo hizo él?, ¿sabe lo que hizo?, ¿cuáles son las causas de su accionar? Este capítulo, en general, genera gran impacto en los espectadores: la posición desafiante del adolescente y los intentos constantes de la profesional por abordarlo desde la ternura, aunque no sin miedo. 

Las adolescencias nos interpelan y, en este sentido, parece que a veces la elección fuera no mirarlas, no escucharlas. 

Al ir desentramando el caso, los investigadores se encuentran con diferentes códigos de charla que mantienen lxs adolescentes en redes sociales. Aparentemente, hay algunas cuestiones con respecto al ser deseados o no serlo, que aparecen en un contexto de ciberacoso. Este emergente no fue recogido ni abordado por la escuela. Tampoco las familias parecen haber prestado atención a esta cuestión que se da en las redes sociales que, en general, son públicas ¿Por qué lxs adolescentes eligen agredirse de forma pública? En la misma línea se da una situación de violencia en el patio de la escuela que es observada por docentes. ¿Se podría pensar en una especie de acting? Un modo de llamado al Otro que fracasa en su función, falla la función interpretante de un Otro que pueda intervenir introduciendo un corte. Cuando lxs adultxs intervienen, lo hacen desde el más absoluto adultocentrismo, de forma punitiva y con una visible incapacidad para alojar las angustias e incertidumbres que lxs adolescentes necesitan proyectar. Esto se ve, por ejemplo, cuando una estudiante visiblemente angustiada por la pérdida de su amiga es sometida a un interrogatorio policial.

Para que esta propuesta de Netflix sea valiosa en la realidad, es importante que pensemos en posibles intervenciones para modificar algo de todo esto. Las adolescencias necesitan adultxs preparadxs y capacitadxs para ser co-pensores y andamiaje en su travesía. Es necesario tratar de armar un marco que pueda contener el desborde pulsional de lxs adolescentes, es decir, que los fenómenos que se manifiestan a nivel del acting, puedan pasar al campo de la palabra. Lacan define al acting-out como una mostración, como un llamado de atención que se realiza mostrando una falla en la función del Otro. Es decir, en la interpretación de lo que está sucediendo. Es un guiño que insinúa que la interpretación no es buena, que está errada. Entonces, en reiteradas oportunidades, lxs adolescentes avisan a lxs adultxs responsables que fallan en su función de corte, detectan que ya no están soportando más su lugar de receptores de esa pulsión, y cuando no hay nadie que sostenga desde la palabra aparece el acting. En el acting hay algo forcluido de lo simbólico que retorna en lo real, en este caso en lo real de la escena, de la acción. El acting-out puede tener dos salidas posibles: un pasaje al acto o una entrada en lo simbólico. Esta segunda opción es la que debemos propiciar lxs adultxs responsables.

El pasaje al acto es el efecto de aniquilación de un sujeto, en el intento fracasado de hacer surgir su subjetividad. El pasaje al acto tiene dos momentos: el primero es cuando la escena se va gestando, y abarca progresivamente más aspectos de la vida del sujeto, y el segundo momento, que es el pasaje al acto propiamente dicho, sería cuando la escena culmina, es decir, cuando efectivamente se produce el asesinato (en el caso de la serie). 

Otra de las cuestiones que deberíamos tener en cuenta quienes acompañamos procesos relacionados con las adolescencias, es mostrarnos preocupados, tristes, vulnerables. Esto sería una manera de evidenciar nuestra propia barradura, es decir, que no sabemos TODO. Muchas veces, ante las sensaciones que produce el encuentro con lxs adolescentes, lxs adultxs intentan hacerse de una coraza, mostrarse como quien todo lo sabe, a nada le teme o nada le preocupa. Es justamente el camino contrario: mostrarnos vulnerables y entender que la palabra, cuando no se reduce a dar órdenes o transmitir miedos, sino cuando confía y reconoce la palabra del otro, es el mejor sostén.